El acto de celebración de la Constitución refleja muy bien la realidad política del país. Por un lado, la presidenta del Congreso llamando a la conciliación, a la integración y al debate democrático; por otro, un coro lejano, que a veces se superponía a su propio discurso, pidiendo la dimisión del Gobierno y criticando a una clase política en nombre, paradójicamente, de la Constitución. La ley fundamental de España se está convirtiendo en un significante vacío, en un instrumento más, en una lucha política que está, lentamente, no hay que olvidarlo, cambiando la correlación de fuerzas del país. Los que ardorosamente defienden la Constitución no están de acuerdo con ella ni en su espíritu ni en su letra, y la incumplen sistemáticamente; los que quieren reformarla o revisarla, lo hacen para profundizar en los derechos y libertades con el objetivo explícito de garantizar el efectivo autogobierno del pueblo.
Sabemos que la fortaleza de una Constitución reside en su capacidad para reformarse, para adaptarse a los cambios sociales y culturales, manteniendo principios, valores e instituciones. El problema originario es también conocido: esta Constitución no está ideada para ser reformada en sus aspectos sustanciales. Hay, al menos, cuatro cuestiones que obligarían a su perfeccionamiento: las relaciones con la Unión Europea, la llamada cuestión territorial, los derechos sociales y la regulación de la Corona. ¿Por qué no se afrontan? Por el miedo a que se vuelva a plantear el debate entre monarquía o república. Una Constitución que no se autorreforme se va separando cada vez más de la realidad que pretende ordenar y progresivamente va perdiendo su carácter normativo. El miedo a cambiar de régimen está propiciando la involución política y el cuestionamiento de la democracia constitucional.
El fenómeno de Vox no ha sido valorado en su especificidad histórica. Los insoportables debates sobre el fascismo, los viejos y nuevos; los populismos en sus diferentes versiones y la calificación abusiva del término democracia, nos lleva directamente a no entender fenómenos históricos precisos, diferenciados y singulares. Vox no es un atavismo del pasado ni populismo de derechas y, mucho menos, una fuerza fascista. Es el producto de una coyuntura precisa y en condiciones político culturales definidas. En primer lugar, es la consecuencia de un cambio fallido, frustrado. El 15M fue una rebelión democrática de amplio espectro social y generacional que pretendía una regeneración del sistema político, una democratización de la economía y derechos sociales para todas y todos. Lo que vino después es conocido: el surgimiento de Podemos, la fortísima reacción de los poderes fácticos y el agotamiento del impulso del cambio. Cuando esto ocurre, la situación ya no es la misma. Todo el sistema político gira más a la derecha y los poderes se refuerzan. Antonio Gramsci hablaba de aquel tipo de crisis donde lo viejo muere y lo nuevo no acaba de nacer, apareciendo lo que él llamaba los aspectos morbosos. Vox es centralmente esto: degradación, degeneración, autoritarismo.
La crisis del Estado, en segundo lugar, ha sido el catalizador del surgimiento y desarrollo de Vox. Cuando “cuestión social” y “cuestión nacional” se entrecruzaron, se bloqueó la posibilidad del cambio político y se propició la aparición un nacionalismo español de masas. Estas cosas suelen ocurrir. Llevar a un Estado social y democrático a una crisis existencial genera consecuencias en la sociedad, en los aparatos e instituciones estatales y en los alineamientos políticos fundamentales. Más de 40 años después de nuestra Constitución se hace visible una fuerza nacionalista, neoliberal, monárquica y nacional-católica. Lo hace sin complejos, defendiendo la legitimidad histórica del franquismo y negándosela a la izquierda en cualquiera de sus versiones. Los que esperaban que fuese un fenómeno temporal y marginal se equivocaron. Vox cumple el papel asignado por Cas Mudde a otras extremas derechas de la Unión Europea, a saber, radicalizar a las derechas mayoritarias y reorganizar la agenda pública en clave autoritaria.
Hemos pasado, insisto en ello desde hace tiempo, de una “crisis de Régimen” a una “crisis en el Régimen”. ¿Cuál es el dato fundamental? La automatización de los aparatos e instituciones del Estado. La crisis deja el espacio público y retorna al Palacio. Las líneas de mando se deshacen y las jerarquías se hacen más inciertas. La” Patria en peligro” moviliza muchas voluntades, sobre todo, en las Fuerzas Armadas y de seguridad. Desde que surgió Vox los neo franquistas no disimulan, defiende con audacia sus posiciones y dejan atrás viejos eufemismos. Lo fundamental es organizarse y movilizarse contra un gobierno social-comunista que es el instrumento, sobre todo, de la desintegración de España.
Conspiraciones siempre existen; ahora también. Daniel Bernabé las ha documentado con mucha pericia. ¿Cuál es el objetivo? Echar del Gobierno a Unidas Podemos para propiciar un gobierno de concentración que normalice al país. Si, este es el objetivo; pero ¿cuál es el objetivo de verdad?: una nueva restauración. Defender la Constitución para acabar con ella. De “ley a ley” significará poner fin a un constitucionalismo social devaluado, limitar aún más los derechos laborales y sindicales, “democracia militante” que expulse a las fuerzas totalitarias de la vida pública definidas según los conocidos criterios de Santiago Abascal; en fin, liquidar el “Estado autonómico” e imponer un nuevo centralismo. ¿Programa máximo? Sin duda. Serán útiles como fuerza de choque y ayudarán al objetivo final.
La pregunta hay que hacerla: ¿cómo es posible tanta y tan radical oposición para un programa de Gobierno tan moderado? Lo de social-comunista, todos lo saben, es más una descalificación que una definición de una propuesta que solo con anteojeras muy marcadas cabe denominar socialdemócrata. ¿Por qué? Siempre nos olvidamos de los poderes, de los que mandan y no se presentan a las elecciones. La Trama siempre está ahí; acostumbra a pensar a largo plazo y con una visión estratégica. ¿Cuál es su problema? El de siempre: el Estado y su control. La crisis es tan profunda, tan radical que los grandes negocios de la burguesía patrimonialista van a tener que ser rescatados por segunda vez en diez años. No pueden vivir sin el apoyo constante de las instituciones públicas; necesitan de una clase gobernante fiel y claramente alineada con sus intereses. En un mundo dominado por los grandes fondos de inversión, con un sistema financiero en quiebra, con unas estructuras productivas en reconversión acelerada necesitan del apoyo del gasto público, ponerlo a su disposición y servicio. Y algo más grave: pronto vendrá la reacción de los mercados y los dictados de la Unión Europea exigiendo consolidación fiscal. ¿Quién disciplinará a una población que ha oído mil veces que los tiempos de la austeridad terminaron?
Para los poderes dominantes, el Gobierno de coalición PSOE-UP es un problema tanto por lo que hace como por lo que no hace y debería hacer. Pretender reforzar el débil Estado social en medio de una crisis como esta, les parece un error de grandes dimensiones, sobre todo si se le acompaña de una mayor protección social y el reconocimiento de nuevos derechos. Hay cuatro cuestiones decisivas que determinarán el futuro del Gobierno y de sus relaciones con los poderes económicos: el modelo productivo y el uso de los fondos europeos; el modelo sanitario, la reforma laboral y la permanente cuestión de las pensiones. La ministra Calviño anda negociando estos temas y siempre hay que esperarse lo peor. Pablo Iglesias sigue recomponiendo su proyecto desde la acción del Gobierno, algo inusual. Con cada enfrentamiento o controversia en el Gobierno intenta marcar dirección y definir perfil. Continuación del conflicto por otros medios. Pedro Sánchez, por ahora, sigue avalando el Gobierno de coalición. Los poderes saben que es presionable y lo harán a fondo. Las directrices vendrán, una vez más, de Bruselas.
Se vuelve a hablar de ruidos de sables y de golpes de Estado. En momentos en que la inseguridad, la incertidumbre y el miedo se adueñan de un país confinado -insisto, confinado- noticias como estas generan confusión, temor y añaden miedo al miedo. Los de siempre siguen ahí y nos advierten que, al menos, 26 millones estamos vigilados y en libertad condicional ¿Hay que tomárselo en serio? Sí, pero sin confundir las voces con los ecos. Me siguen asombrando aquellos que hablan de que nuestra pertenencia a la UE y a la OTAN no salva de un posible golpe de Estado. ¿Cuándo Europa defendió nuestras libertades y derechos? ¿Cuándo? Nosotros sabemos mucho de golpes de Estado, pronunciamientos, asonadas. Somos maestros. Además, hay golpes y golpes. En tiempos de “guerras híbridas”, de “conflictos asimétricos” las cosas son más sutiles. Una cosa parece clara: la mejor defensa de la democracia consiste en expandirla, profundizarla. El jefe del Estado debería medir con mucha precisión las consecuencias de una pretendidamente hábil neutralidad cuando lo que están en cuestión son las libertades públicas y los derechos sociales conquistados tras cuarenta años de dictadura.
Artículo publicado originalmente en Cuarto Poder.